Lunes, 12 de agosto de 2013
A soñar bien alto, como los niños
Porque un día es poco, porque nunca alcanza, porque siempre el deseo es más grande, Libro de arena dedica una semana entera a festejar el "día del niño", de la mano de los niños protagonistas de historias en la literatura. "La niña que iluminó la noche", de Ray Bradbury, inicia la serie de publicaciones que a lo largo de esta semana irán compartiendo ese universo del que todos, niños y adultos, forman para siempre parte.
Por Tomás Berguier*
Desde que mi papá me regaló el primer libro de Ray Bradbury cuando yo tenía unos doce años supe que se convertiría en uno de mis autores favoritos. El libro era El hombre ilustrado. Ni bien vi el título me fascinó la idea de pensar en que un ser humano pudiera estar él mismo ilustrado, dibujado, todo escrito en la piel, como un gran tatuado viviente. Pero lo que no supuse fue que se trataría de algo así como un personaje cuya piel fuese como un libro encarnado, un cuerpo mudo parlante, capaz de contar las historias que los dibujos evocaban. Ese recurso me pareció impresionante en ese momento y con el tiempo cuando entré en el resto de su literatura descubrí que no era el único, que Bradbury había inventado todo un mundo lleno de historias delicadas, mágicas, de otros planetas o de este, con naves espaciales y planetas y viajes inimaginables, robots, máquinas, tecnologías de un futuro de sueño; aunque siempre en ellas había algo de lo conocido por todos, de los problemas que hacen a este mundo, a nuestro mundo. Hablaba del odio, del racismo, de la muerte. La forma de ver de la literatura fantástica o de la literatura de ciencia ficción es lo que cambia la realidad de la que habla la historia. Eso es lo que hace que la lectura muestre algo nuevo, nunca visto, mucho más aun que la fisonomía del mundo descripto. Y ahora que me convertí yo en padre encontré otra vez a Bradbury en las lecturas nocturnas con que acompaño a mi hijo a dormir, y entonces aparece un cuento insólito que muestra un brillo nuevo y que se llama "La niña que iluminó la noche". Es un cuento-poesía, en realidad, que enciende la imaginación, la de chicos y la de no tan chicos. Lo mágico a veces consiste en cambiar la mirada y que solo con eso baste para iluminar lo oculto, para ver con la mirada de un niño.
Había una vez un muchachito a quien no le gustaba la Noche.
Le gustaban
linternas y lámparas
y
antorchas y alumbrados
y
faros y faroles
y
velas y velones
y relumbrones y relámpagos.
Pero no le gustaba la noche.
Se lo veía en
salones y sótanos
y despensas y desvanes
y
alcobas y alacenas
y
escurriéndose por los corredores.
Pero nunca se lo veía afuera…
en la Noche.
No le gustaban para nada las llaves de luz.
Porque las llaves de luz apagaban
las lámparas amarillas
las lámparas verdes
las lámparas blancas
las lámparas del vestíbulo
las luces de la casa
las luces de todas las habitaciones.
Él nunca tocaba las llaves de luz.
Y jamás salía a jugar
en la oscuridad.
Siempre estaba muy solo.
Y muy triste.
Pues veía, desde su ventana,
a los otros chicos jugando sobre el césped
en las noches de verano, corriendo felices allá afuera.
Pero nuestro muchachito ¿dónde estaba?
Arriba en su cuarto.
Con sus linternas y lámparas
y faroles
y candeleros y candelas.
Completamente solo.
A él únicamente le gustaba el sol.
El amarillo sol.
A él no le gustaba la Noche.
Cuando llegaba el momento
en que papá y mamá recorrían la casa
apagando todas las luces…
Una a una.
Una a una.
Las luces de la entrada
las luces del salón
las pálidas luces
las rosadas luces
las luces del a despensa
las luces de la escalera…
Entonces el muchachito se metía en su cama.
Tarde en la noche
el niño desdichado
tenía en el pueblo
el único cuarto iluminado.
Y una noche,
mientras papá estaba de viaje
y mamá se acostó temprano,
el muchachito empezó a vagar solo,
completamente solo por la casa.
¡Ah, cómo ardían las luces!
¡Las luces de la entrada
las luces del vestíbulo
las luces de la despensa
las pálidas luces
las rosadas luces
las luces del salón
las luces de la cocina!
¡Hasta las luces del desván!
¡Toda la casa parecía haberse incendiado!
Pero el muchachito todavía estaba solo.
Entretanto los otros chicos,
allá lejos
jugaban sobre los prados en la noche de verano.
Riendo.
Muy lejos.
un golpe en la ventana!
Algo oscuro estaba ahí.
Un golpe en la puerta de entrada.
¡Algo oscuro estaba ahí!
Un golpe en la puerta trasera.
¡Algo oscuro estaba ahí!
De pronto alguien dijo: -¡Hola!
Una niña estaba ahí en medio de
las luces blancas, de las brillantes luces,
de las amarillas luces, de las luces de maravillas.
- Me llamo Negra –dijo.
Ella tenía el pelo negro
los ojos negros
y llevaba un vestido negro
y zapatos negros.
Pero su rostro era tan blanco como la luna.
Y sus ojos brillaban
como la luz de las blancas estrellas.
-Estás muy solo–dijo ella.
-Me gustaría correr con los chicos afuera–dijo el muchachito-. Pero no me gusta la Noche.
-Yo te presentaré a la Noche–dijo Negra-.
Y ustedes serán amigos.
Ella apagó la luz de la entrada.
-Ves–le dijo-. No estoy apagando la luz.
¡De ningún modo!
Simplemente estoy encendiendo la Noche.
Se la puede encender o apagar
igual que una lámpara
con la misma llave de luz.
-Nunca se me había ocurrido eso–dijo el muchachito.
-Y cuando se enciende la Noche–dijo-,
se encienden los grillos…
¡Y las ranas!
¡Y las estrellas!
¡Las luminosas estrellas
las estrellas titilantes
las estrellas azules!
¡El cielo es una casa
con sus luces de entrada
y luces en el salón
luces rosadas y pálidas luces
luces rojas
verdes luces
luces azules
amarillas luces
resplandores
todas las luces!
¿Quién puede escuchar a los grillos con las luces encendidas?
Nadie.
¿Quién puede escuchar a las ranas con las luces encendidas?
Nadie.
¿Quién puede ver las estrellas con las luces encendidas?
Nadie.
¿Quién puede ver la luna con las luces encendidas?
Nadie.
¡Fijate cuánto has perdido!
¿Pensaste alguna vez
alumbrar los grillos,
alumbrar las ranas,
alumbrar las estrellas
y la gran luna blanca?
-No–dijo el muchachito.
-Entonces, trata de hacerlo –dijo Negra.
Y ellos lo hicieron.
Subieron y bajaron las escaleras,
encendiendo la Noche.
Encendiendo la oscuridad,
dejando que la Noche viviera en cada habitación.
Como una rana.
O un grillo.
O una estrella.
O una luna.
Y ellos encendieron los grillos.
Y ellos encendieron las ranas.
Y ellos encendieron la blanca luna semejante a un helado.
-¡Oh, cómo me gusta esto!–dijo el muchachito-.
¿Puedo encender siempre la Noche?
-¡Por supuesto!–dijo Negra.
Y desapareció.
Ahora el muchachito es muy feliz.
Le gusta la Noche.
¡Tiene una Noche encendida en lugar de una luz encendida!
Le gusta encenderla.
Ha tirado sus linternas
sus lámparas
sus velas
sus velones.
En cualquier noche de verano que quieras,
podrás verlo.
Encendiendo la blanca luna,
encendiendo las rojas estrellas,
encendiendo las azules estrellas,
las verdes estrellas, las luminosas estrellas,
las blancas estrellas,
encendiendo las ranas, los grillos y la Noche.
Y corriendo en la oscuridad
sobre los prados
con los chicos felices…
Riendo.
Ray Bradbury
La niña que iluminó la noche
Buenos Aires, Ediciones La Flor, 2001
*Tomás Berguier estudió Derecho en UBA, trabaja y vive en Buenos Aires, es amante del cine y disfruta de la lectura de textos de ciencia ficción, maravillosos, fantásticos y policiales que lo alejen de la inmediatez de lo real.
FUENTE: bibliotecasparaarmar